Mediocridad, pasaporte para triunfar
En la facultad nos aturdían con el concepto de mediocridad:
- De mediocres está el mundo lleno. - Decía Ana Cortijo, profesora de diseño gráfico.
Como si de una cita bíblica se tratara. Nos inculbaban ideas y prejucios que nos hacían detestar y temer lo mediocre. Y con todo este enjambre mental, salí de la facultad.
Tenía que huir de esa plaga de peste que al parecer asolaba el mundo occidental. Pues bien, me puse a mirar cursos de especialización en Barcelona (Barna para los amigos), altar del diseño en España. Estaban muy bien. Saldría de ellos hecha toda una profesional. Y con menos probabilidad de ser mediocre. Justo lo que buscaba. El gran PERO estaba en que no tenía recursos para afrontar dicho gasto. Y mucho menos madurez suficiente como para saber buscarme las habichuelas.
- ¿Qué podía hacer? ¿Pobre de mí? ¿Estaría abocada al fracaso antes de empezar mi vida laboral como diseñadora?. - Me preguntaba insistentemente.
Opté por planificar mi futuro. Aún no estaba preparada para irme de casa y vivir por mi cuenta. Pero en unos años podría hacerlo. Me plantee entonces la posibilidad de obtener una beca de estudios en el extranjero. Pero antes de conseguirlo tendría que aprender mucho inglés y currarme un buen CV. Tiré de lo que tenía más cerca. Un curso FPO de la CEA. De diseño web, además. Al año siguiente, me tocó de programación web. ¿Qué había sido de la beca? ¿Qué había sido del diseño gráfico que tanto quería estudiar al salir de la facultad? Y lo peor de todo, ¿qué clase de CV estaba consiguiendo?
La respuesta a todas esas preguntas se resumen en una sola palabra: mediocridad. Antes de terminar la carrera, ya intuía que era una diseñadora de tres al cuarto, con un potencial bastante escaso. Por eso se me quedaron grabadas las charlas de la Cortijo. Me olía que en un futuro yo sería parte de esa pudredumbre profesional. En este punto muchos discursos eran aceptables:
Discurso 1, positivo: Ponte a currar en serio, verás como aprendes y llegas a ser lo que quieres.
Discurso 2, ilusionado: Si realmente es lo que quieres, madura de una vez. Vete a Barcelona o a Virginia. El que no arriesga, no gana.
Discurso 3, conformista: Pobre chica.
De acuerdo. Debo admitir que me quedé con el tercero. Va más con mi vibrante personalidad. Pero fui más allá. Encontré un trabajo por 500 euros al mes, la mitad en negro, por cuatro horas de trabajo al día. Alguien da más. Conseguí el culmen de la mediocridad en sólo 3 años después de terminar la carrera. Y aún sigo así, y me encuentro muy plena. Lo único que no me deja día y noche es la idea de que quizás me valga más la pena estudiar unas oposiciones para auxiliar de biblioteca.
Intento verlo por el lado positivo, más que nada para sobrellevar mejor las horas en bus y los madrugones en invierno. Me digo que ser una profesional mediocre está muy solicitado hoy en día. El mercado laboral está lleno de empresas del mismo tipo: empresarios sin titulación y sin conocimiento; chupaculos que se mueren por sentirse admirados por unos y odiados por otros; tipos de niveles aún más bajo que el sencillo mediocre, pero con una firme autoestima; o trabajadores con gran capacidad para prever, equivocadamente, que serán los futuros herederos de esa gran compañía. Por lo tanto, no puedo desfallecer ahora. Este es mi momento. Debo estar contenta por ser una mediocre. Peor sería si tuviera talento y debiera enfrentarme a este mundo laboral que nos rodea. Por eso, levanto la cabeza y me digo a mi misma:
- Tranquila chica. Todo irá bien. Éste es tu día de suerte. Eres mediocre. Igual que lo que te rodea. Te irá bien, ya verás. Tú sólo cree que congenias con los demás.
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