27.11.06

¿Da de comer la dignidad?

Llevo meses buscando un trabajo que me guste. Esto significa que, aparte de ser interesante, espero que no suponga una explotación para mí. En varias ocasiones he encontrado la primera de mis condiciones. La segunda, tan solo una vez. Pero no hubo suerte.

Ahora, cuando apenas me quedan esperanzas, me ha surgido una oportunidad. El inconveniente es que no cumple el segundo de los requisitos. Parece ser que están muy interesados en mí, pero también en que me baje los pantalones.

Soy joven y no tengo suficiente experiencia laboral como para poder exigir mucho por esta parte. Sin embargo, a pesar de que en algunas ocasiones los psicólogos de los procesos de selección me han cegado y se han aprovechado de mi necesidad de un nuevo trabajo, sigo sin querer perder mi dignidad.

Parece ser que es una práctica muy habitual en la actualidad. Si buscas un trabajo, te verás abocado a un sinfín de situaciones en que lo único que esperarán de ti es saber hasta qué punto de las piernas eres capaz de bajarte los pantalones. En ocasiones, el proceso de selección estará basado en esta única averiguación, dejando de lado aspectos como los conocimientos o el dominio que se tenga de las diferentes herramientas que se utilizan en una profesión.

Es muy triste. Pero así es. Ahora mismo, me encuentro en uno de esos momentos. Estoy viendo que voy a perder la oportunidad sólo por eso. Por no querer que se inmiscuyan en mi vida personal más de lo que ya lo han hecho usando las técnicas de una psicóloga experta en el tema. Señores, hasta aquí he llegado.

La pregunta es: ¿es necesario ceder para encontrar un trabajo con el que poder sobrevivir? La dignidad no da de comer pero, ¿no es mejor vivir humildemente aunque con la cabeza alta? Creo que así sabe mucho mejor el pan, aunque no sea del Rincón del Gourmet de El Corte Inglés.

23.11.06

Equivocarse o no equivocarse, ¿es esa la cuestión?

De decisiones está hecha la vida. Todos estamos acostumbrados a oír y decir esa frase. Pero a lo que no creo que lleguemos a acostumbrarnos es al riesgo que se corre al tomar una y, sobre todo, a la sensación que queda en el cuerpo cuando comprobamos que nos hemos equivocado y no hay marcha atrás.

Sin embargo, encuentro algo mucho peor. Basar la decisión que tomamos en los consejos de los demás. Eso me ha ocurrido recientemente. Soy una persona bastante indecisa para algunas cosas, supongo que como todo el mundo. Así que pedí consejo a los que más quería y la parte de mí que estaba de acuerdo con ellos arrebató la victoria a la parte contraria. Me convencí de que eso era lo que yo realmente opinaba. Aunque la verdadera realidad era que no había tenido las agallas suficientes como para enfrentarme al dilema yo sola y llegar a una conclusión por mí misma. Al final metí la pata hasta el fondo. La cagué, claro está, aunque lo puedo sobrellevar, estoy leyendo un libro muy bueno que me ayuda a olvidar estas tonterías de la vida. Pero me queda un regusto bastante amargo por ser consciente de que confié en los demás mi decisión final. Me quité esa responsabilidad de encima a pesar de que, inicialmente o, incluso, instintivamente, me estaba decantando más por el otro lado de la balanza.

En realidad, pedimos consejo sin ser conscientes, por lo menos en mi caso, de que no son objetivos en absoluto. Cada uno opina desde su punto de vista y desde la relación que mantienen contigo. Por eso me molesta pensar de qué manera más tonta me cegué y adopté como propia una resolución externa sin debatirla primero en mi cabeza.

Espero que para la próxima vez me dé más importancia a mí misma y a mi capacidad de decidir. Porque ahora me doy cuenta de que la cuestión no es equivocarse o no. La cuestión es tomar uno mismo la decisión o dejarse llevar por los demás. Si la tomamos nosotros y nos equivocamos, al menos tenemos la satisfacción de que el error sólo estaba en la decisión, no, además, en la manera de decidir o pensar. De nuevo, la falta de ese espíritu crítico e independiente que tanto anhelo.

Pero ahora toca apechugar.

19.11.06

Reírse de uno mismo

Amigo, un consejo: si un día te escuchas diciendo que tus estudios son lo primero, que no puedes perder tiempo porque te estás labrando tu futuro, que has luchado mucho para estar donde estás... ¡Cuidado! Pon en alerta todos tus sentidos. Puede que estés sufriendo un ataque de importancia intrínseca.

Cada vez más pienso que me he tomado mi vida muy en serio. Y cada vez más pienso que he perdido mi adolescencia y parte de mi juventud por ese motivo. Apenas la he sabido disfrutar hasta hace poco tiempo. Todo porque pensaba que el que estaba viviendo era un momento crucial en mi vida. Que debía preparar mi futuro. Que el porvenir debía ser mi mayor prioridad y el objetivo hacia el que dirigir todos mis esfuerzos.

Pura mierda. No hice más que perder el tiempo. Admiro a las personas que se plantean un objetivo a largo plazo y lo consiguen. Yo también traté de conseguirlo, pero no obtuve un buen resultado. Al contrario, lo único que conseguí fue desaprovechar muchos años.

Viví primero el futuro. Ahora intento vivir el presente. Trato de restar importancia a todo lo que puedo. Porque cada vez más creo que la vida no es como un plan de empresa: estrategia - táctica - objetivo cumplido. No es tan fácil. Por lo que he vivido y sigo viviendo, es más como cuando te montas en un barco y tienes que tripularlo. De vez en cuando tendrás el timón bien cogido y lograrás seguir una ruta, pero otras veces deberás agarrarte con fuerza al mástil si no quieres ir al garete por culpa de la tormenta.

Por eso he cambiado de filosofía de vida. Aquello que te quite el sueño y el disfrute de los pequeños placeres de la vida, no merece más atención que la justa. No te doblegues a nada, si te quita demasiado tiempo. Réstale importancia. Ríete de ello. Ríete de ti misma y de tus ganas de triunfar en una vida artificial y nada auténtica.

Si estás en desacuerdo conmigo, te recomiendo que leas el famoso "¿Quién se ha llevado mi queso?" de Spencer Johnson. Te gustará.

15.11.06

Adaptarse o Aceptarse

Aún me acuerdo de una clase de la carrera, tengo esa clase de memoria en que suelen quedarse más facilmente los recuerdos inútiles, en que nos explicaban los tipos de creativos. Lo que se quedó fijo en mi cabeza fue que básicamente podíamos distinguir dos tipos: los introvertidos y los extrovertidos. El profesor expuso argumentos de peso a favor del segundo tipo. Eran tiempos en que estudiábamos los clases de liderazgo y cómo potenciarlo.

La conclusión que saqué de todas esas ideas que trataban de transmitirnos fue que ser introvertido era casi un pecado. Si lo eras, malo. Estabas destinado a fracasar en la vida. Habías dejado de estar de moda. A la larga, te tomarían por raro e incompetente.

- Estupendo. - me dije. - Ahora que había empezado a aceptar mi timidez.

Se avecinaban malos tiempos para mí. Tenía dos opciones:

1. Olvidar la idea de ser creativo y estudiar unas oposiciones de auxiliar de biblioteca.
2. Olvidar que era una gran introvertida y adaptarme a los nuevos tiempos.

Pero, ¿cómo se puede dejar de ser lo que realmente se es? ¿Es posible cambiar un rasgo tan fuerte de mi personalidad? Esa transformación, ¿no moldearía mi verdadera identidad? Gracias a dios o al ente maravilloso que creó el universo y todo lo demás, no es tan fácil. Y no cambié. Tampoco opté por la primera opción. Así que el resultado, es predecible: soy lo que comúnmente se conoce como una rara.

Quizás que si me pongo en manos de psicólogos, voy a clases de cómo comunicarse en público o leo libros de autoayuda, algo cambiaré. Pero, ¿por qué carajo hay que cambiar? ¿Por qué hay que adaptarse a lo que piden determinados grupos en la sociedad? ¿Por qué tratan de cortar a todos por el mismo patrón? ¿No es más positivo el ser auténtico que el ser extrovertido? ¿No es más enriquecedora la diferencia?

Odio los prejuicios. No hay nada más exasperante para mí. Si sólo cambiara un poco esto... Pero está todo realmente fastidiado.

La solución que encontré a mi dilema no es otra más que esta: al diablo lo que busquen en el mundo laboral. Si no me quieren por ser introvertida, yo tampoco los quiero a ellos. Siempre me quedará la opción de ser funcionaria y escribir novelas en mis ratos libres.

13.11.06

¿Mi mundo soy sólo yo?

Recientemente asistí a una reunión de trabajadores donde se comentó las experiencias de unos y otros en sus diferentes trabajos. Resultó de lo más inspiradora, sobre todo para una persona como yo a la que el instinto reivindicativo se le quedó muy atrás, en los primeros años de la niñez. Es por eso que hoy me siento un poquito más libre de espíritu y trato de dedicar una sonrisa a todo el mundo desde que me levanté esta mañana temprano. Incluso se la he dedicado a mi jefe.

Y la verdad es que me siento contenta. No es que haya recuperado ese instinto perdido, sino que me siento orgullosa de saber que es posible mejorar las cosas. Y de que únicamente se consigue uniendo esfuerzos. Todo esto me ha llevado a la siguiente conclusión: el individualismo galopante al que estamos abocados no es ni más ni menos que una de las herramientas de subsistencia del capitalismo. Vale, suena muy rimbombante. Al estilo de los antiguos discursos comunistas. Así que expresaré esta idea de otra manera.

Soy una persona tímida que casi siempre ha ido a lo suyo. No porque fuera una ambiciosa o una antisocial, sino porque no sabía hacer las cosas de otra manera. Por ejemplo, el movimiento anti - LOU no contó con mi presencia, a pesar de estar en último curso de carrera cuando se produjo y de estar totalmente de acuerdo con las ideas que exponía. La cuestión es que no moví un sólo dedo. No asistí ni a una simple asamblea. Ahora, ya más vinculada al mundo laboral que al universitario, he empezado a rehuir de todo. He llegado incluso a plantearme la idea de dejar la profesión que elegí en su momento por el hecho de que la situación laboral que se vive en ese sector es tremendamente inhumana. En ningún momento pasó por mi cabeza la idea de cambiar las cosas. Hasta ahora. Hasta que me he dado cuenta de que es posible un cambio si se lucha y de que hay mucha gente en la misma situación que yo pero que vive totalmente desinformada, sin siquiera saber qué es un convenio colectivo. Así estaba yo hasta hace una semana. Es una situación muy triste.

Pero, si es una situación bastante generalizada, debe haber un factor externo y común a todos que la produce. En mi opinión, todo esto es obra del sistema económico en que vivimos: capitalismo. Todo gira entorno a una cosa, el poder. Más que el dinero. Porque con el poder, además de mucho dinero se consiguen otras cosas. Como por ejemplo, asegurar la continuidad del propio sistema. Creo que desde que nacemos nos vemos sometidos a un proceso de sociabilización cuyo último fin es conservar el sistema económico. Por este motivo, cada vez más nos anulan la capacidad de crítica a través de un sistema educativo que deja muchísimo que desear. No nos enseñan a pensar, simplemente se dedican a enseñarnos datos y su lectura adecuada al sistema. Y esto no sólo se da en primaria o en secundaria. Este cáncer llega hasta las facultades. Normalmente, se piensa que una persona que va a la facultad debe adquirir ese sentido crítico. Pero no es así. Más bien, a pesar de casos minoritarios, al menos según mi experiencia, continúa el lavado de cerebro.

Y no es sólo el ámbito educativo el que está viciado. En realidad es un todo, desde los medios de comunicación hasta las relaciones sociales. Todo está contaminado. Todo está sometido al poder, al capitalismo. Por eso cada vez somos más individualistas y egoístas. Somos los productos del capitalismo. Nos tratan como objetos, hasta el punto de que nos creemos objetos.

He querido exponer esta reflexión porque recientemente me he dado cuenta de que cada vez que voy a mi bola, cada vez que pienso nada más que en mí, estoy ejercitando lo aprendido a lo largo de toda esta vida de manipulación. Y cada vez que veo algún programa o película basura, cada vez que pierdo mi tiempo en mero entretenimiento, del que sólo obtengo una desconexión momentánea del mundo que nos rodea, cada vez que pierdo una tarde más sin saber en qué aprovecharla, no hago sino reafirmarme en mi educación consumista. Es muy difícil no seguir haciéndolo. Es casi imposible no dejarse llevar por nuestros propios intereses en detrimento del grupo. Así lo hemos mamado desde pequeños. Pero por lo menos, a partir de ahora, a partir de la reunión de trabajadores, voy a saber diferenciar. Aunque no cambie mis costumbres, sí lo hará mi manera de pensar. Y todo ello hará que vea la realidad a la que nos enfrentamos con unos ojos algo más críticos.

10.11.06

Mediocridad, pasaporte para triunfar

En la facultad nos aturdían con el concepto de mediocridad:

- De mediocres está el mundo lleno. - Decía Ana Cortijo, profesora de diseño gráfico.

Como si de una cita bíblica se tratara. Nos inculbaban ideas y prejucios que nos hacían detestar y temer lo mediocre. Y con todo este enjambre mental, salí de la facultad.

Tenía que huir de esa plaga de peste que al parecer asolaba el mundo occidental. Pues bien, me puse a mirar cursos de especialización en Barcelona (Barna para los amigos), altar del diseño en España. Estaban muy bien. Saldría de ellos hecha toda una profesional. Y con menos probabilidad de ser mediocre. Justo lo que buscaba. El gran PERO estaba en que no tenía recursos para afrontar dicho gasto. Y mucho menos madurez suficiente como para saber buscarme las habichuelas.

- ¿Qué podía hacer? ¿Pobre de mí? ¿Estaría abocada al fracaso antes de empezar mi vida laboral como diseñadora?. - Me preguntaba insistentemente.

Opté por planificar mi futuro. Aún no estaba preparada para irme de casa y vivir por mi cuenta. Pero en unos años podría hacerlo. Me plantee entonces la posibilidad de obtener una beca de estudios en el extranjero. Pero antes de conseguirlo tendría que aprender mucho inglés y currarme un buen CV. Tiré de lo que tenía más cerca. Un curso FPO de la CEA. De diseño web, además. Al año siguiente, me tocó de programación web. ¿Qué había sido de la beca? ¿Qué había sido del diseño gráfico que tanto quería estudiar al salir de la facultad? Y lo peor de todo, ¿qué clase de CV estaba consiguiendo?

La respuesta a todas esas preguntas se resumen en una sola palabra: mediocridad. Antes de terminar la carrera, ya intuía que era una diseñadora de tres al cuarto, con un potencial bastante escaso. Por eso se me quedaron grabadas las charlas de la Cortijo. Me olía que en un futuro yo sería parte de esa pudredumbre profesional. En este punto muchos discursos eran aceptables:

Discurso 1, positivo: Ponte a currar en serio, verás como aprendes y llegas a ser lo que quieres.
Discurso 2, ilusionado: Si realmente es lo que quieres, madura de una vez. Vete a Barcelona o a Virginia. El que no arriesga, no gana.

Discurso 3, conformista: Pobre chica.

De acuerdo. Debo admitir que me quedé con el tercero. Va más con mi vibrante personalidad. Pero fui más allá. Encontré un trabajo por 500 euros al mes, la mitad en negro, por cuatro horas de trabajo al día. Alguien da más. Conseguí el culmen de la mediocridad en sólo 3 años después de terminar la carrera. Y aún sigo así, y me encuentro muy plena. Lo único que no me deja día y noche es la idea de que quizás me valga más la pena estudiar unas oposiciones para auxiliar de biblioteca.

Intento verlo por el lado positivo, más que nada para sobrellevar mejor las horas en bus y los madrugones en invierno. Me digo que ser una profesional mediocre está muy solicitado hoy en día. El mercado laboral está lleno de empresas del mismo tipo: empresarios sin titulación y sin conocimiento; chupaculos que se mueren por sentirse admirados por unos y odiados por otros; tipos de niveles aún más bajo que el sencillo mediocre, pero con una firme autoestima; o trabajadores con gran capacidad para prever, equivocadamente, que serán los futuros herederos de esa gran compañía. Por lo tanto, no puedo desfallecer ahora. Este es mi momento. Debo estar contenta por ser una mediocre. Peor sería si tuviera talento y debiera enfrentarme a este mundo laboral que nos rodea. Por eso, levanto la cabeza y me digo a mi misma:

- Tranquila chica. Todo irá bien. Éste es tu día de suerte. Eres mediocre. Igual que lo que te rodea. Te irá bien, ya verás. Tú sólo cree que congenias con los demás.

8.11.06

La vie en marrón mierda

No entiendo en qué nos hemos convertido. Cada vez nos parecemos más a las máquinas. Cada vez somos más insensibles. Cada vez somos más irrespetuosos con los demás. Buscar trabajo es una de las experiencias más frustrantes de la vie. Vaya tela con la gente. Hay que ser de acero para no sufrir.

7.11.06

La visita

Esta es la típica historia que se cuenta por ahí:

Paciente: Tengo falta de motivación en el trabajo y no logro encontrar uno nuevo. Tampoco lo busco con ahínco, ya lo sé, pero es que soy tímida y tengo la autoestima baja. No consigo decidir qué quiero hacer con mi vida. ¿Qué me pasa, doctor?

Doctor: Lo que usted tiene es una cosa muy clara. Mucho tiempo para pensar. Si matuviera su cabeza ocupada, ya vería como no necesitaría visitarme. Busque actividades que le interesen. Aproveche el tiempo con ellas. Y dentro de un mes pase por aquí.

Paciente: ¿mejoraré, doctor?

Doctor: Eso espero hija, eso espero. Usted pruebe la receta. Ya me contará.

Paciente: Sí, sí, pero... ¡¿Qué actividades hago?!

6.11.06

Hello world!

Hola a todos.
Por si había pocos, otro blog más.
A ver cuánto me dura.
Saludos.